El viernes pasado el centro joven de Corella se abarrotó para presenciar la charla de Lucio Urtubia, el famoso Robin Hood anarquista. Con un discurso entre amargo y reconfortante, Lucio hizo vibrar a los congregados y animó a los jóvenes a seguir su lucha, que debiera ser el deber para todos los ciudadanos de bien; resistirse contra el rico, alzarse contra el que manda y sobre todo perderle el miedo al poderoso, el más complicado de los deberes. Siempre es más fácil ser obediente, pero también es menos divertido, éso es lo que podemos leer entre líneas del discurso vitalista de Lucio, que durante noventa minutos recordó robos, careos con banqueros, miserias de postguerra, anécdotas dispersas del París de los años cincuenta, la frustración de ver morir a su padre, la inconmensurable suerte de haber echado un pulso contra los que mandan y saberse ganador...
Lucio pintó un retrato lúcido sobre el pasado, presente y futuro del país que nos cobija, ahora travestido en madrastra, de esas que temíamos en la tierna infancia. El veterano anarquista animó a los jóvenes a dar guerra, porque él ya la dio cuando pudo, y ahora relata su testimonio con el que vuelve a revivir sus penurias, mirando con añoranza esas fotografías de juventud en blanco y negro, carcomidas ahora por los años. Lucio hizo reír, vibrar y emocionarse a un público entregado, a un público crítico que se niega a decir amén a esta dictadura encubierta que sufrimos. El que mira para otro lado es un canalla, parecía decir Lucio, que se entregó en cuerpo y alma en hilvanar un relato que marcó a los presentes, dejando una huella vitalista, sincera y con un suave aroma a rebelión. Rebelión contra el que oprima, contra el que asfixie a las clases bajas, contra los dictadorzuelos que se aprovechan de la clase trabajadora, contra la chusma que estafa al indefenso, contra la carcundia que humilla al débil. En definitiva, Lucio acudió a entregar su testimonio, como si nos entregase una vieja maleta de cartón, de esas que eran utilizadas por los españoles para huir del franquismo hace medio siglo y similares a las que utilizan nuestros jóvenes para huir del capitalismo atroz de estos últimos años.
Lucio nos entregó en la humilde maleta, llena ahora de recuerdos, de fotografías de esos días felices en los que pasaba hambre y se partía la cara y el alma por un sueño utópico; la libertad de los pueblos oprimidos. Unas fotografías donde Lucio aparece joven, cargado de energía y dispuesto a no dejarse humillar por el banquero de turno. Nadie se nos montará encima si no doblamos la espalda, decía Luther King, y eso mismo parecía decir Lucio, ayudado por el lenguaje sencillo y humilde del albañil que no tuvo más remedio que estafar a los que estafan, de sangrar veinte millones de dólares en los setenta al banco más importante del planeta tierra. La riqueza es un poder usurpado por la minoría para obligar a la mayoría a trabajar en su provecho, decía Shelley. De un discurso similar tira Lucio, cuyos ojos parecen revivir, brillantes por el barniz de la ironía, el día en el que un cascantino semianalfabeto que vivía en la miseria le miró de tú a tú a uno de esos tiburones que lucen Rolex, traje y puro y le dijo; "Yo soy más listo que tú". "Y tengo más cojones", le faltó añadir.
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